«Las cosas podrían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron». La frase, bien conocida, es de Miguel Delibes, de su novela El camino, y adorna a modo de certeza, advertencia y hasta consejo el frontispicio de la recién inaugurada casa museo del escritor. Diríase que Golpes, la primera película como director del escritor y sevillano Rafa Cobos, comparte con la frase más de lo que nadie sospechaba. En la entrada, los dos están ahora en Valladolid. Uno de forma permanente y el otro de camino, ya que la cinta acaba de ser presentada en la sección oficial de la Seminci. Pero aún hay más. Algo de la fatalidad no fingida, del reconocimiento pausado o de la gravedad sin desvanecimiento, como se quiera, de la reflexión del escritor prescinde por completo de una película que, en realidad, se esfuerza por devolver a la memoria el valor de lo inmutable, de lo que fue y, por lo que fuera, se olvidó (o se ocultó). Cobos ha hecho de su primer trabajo a los mandos para el cine (para la tele ha completado El hijo izquierdo) un perfecto compendio de todas y cada una de las obsesiones que ha perseguido en la escritura siempre pendiente del rastro de sangre que las heridas del pasado dejan en el presente, siempre empeñado en el relato claro y febril a la vez que sucedieron las cosas. Todo podría haber sido como fue, pero no, fue como fue. Seguir leyendo
El guionista de La isla mínima y El hombre de las mil caras insiste en reconstruir la memoria perdida de la otra Transición desde un thriller emocional, pasivo y sin medida
«Las cosas podrían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron». La frase, bien conocida, es de Miguel Delibes, de su novela El camino, y adorna, a modo de certeza, advertencia e incluso consejo, el frontispicio de la recién inaugurada casa museo del escritor. Diríase que Golpes, la primera película como director del escritor y sevillano Rafa Cobos, comparte con la frase más de lo que nadie sospechaba. En la entrada, los dos están ahora en Valladolid. Debido a que la cinta acaba de ser publicada en la sección oficial de la Seminci, una es permanente y la otra está en camino. Pero aún hay más. Algo de la fatalidad no fingida, del reconocimiento pausado o de la gravedad sin desvanecimiento, como se quiera, de la reflexión del escritor prescinde por completo de una película que, en realidad, se esfuerza por devolver a la memoria el valor de lo inmutable, de lo que fue y, por lo que fuera, se olvidó (u ocultó). Cobos ha hecho de su primer trabajo a los mandos para el cine (para la tele ha completado El hijo izquierdo) un perfecto compendio de todas y cada una de las obsesiones que ha perseguido en la escritura siempre pendiente del rastro de sangre que las heridas del pasado dejan en el presente, siempre empeñado en el relato claro y febril a la vez que sucedieron las cosas. Todo podría haber sido como fue, pero no, fue como fue. La película cuenta la historia de dos hermanos a los que encarnan con la fuerza certera que siempre les acompaña Luis Tosar y Jesús Carroza. Estamos en los años 80. El primero es policía y el segundo ha salido de la cárcel. En el pasado -tan en el pasado que fue el principio de todo- el padre de ambos fue asesinado en la Guerra Civil. Separados de los hijos y de la muerte del padre, uno acabó adaptándose a lo que vino después, el otro no. Y así a los nuevos tiempos de democracia, de borrón y cuenta nueva, de transición. Y es entonces cuando ni los relatos ni las historias coinciden. Los recuerdos de unos pocos no tienen nada que ver con el olvido forzado de casi todos. El personaje de Carroza se empeñará en recuperar el cuerpo abandonado en cualquier rincón (si lo hay, en medio del campo) del padre, aunque para ello tenga que robar mil bancos antes de poder pagar el trozo de tierra que esconde los huesos. El de Tosar hará lo indecible, cosas del oficio (recordemos que es policía), para evitarlo. Uno quiere recuperar las pruebas de lo perdido, el otro sólo quiere olvidar lo ya olvidado. . Como es norma en el cine dirigido por Alberto Rodríguez y firmado por Cobos desde 7 vírgenes a la serie pendiente de estrenar Anatomía de un instante pasando por Grupo 7, La isla mínima, El hombre de las mil caras o La inminente en la cartelera La idea es utilizar las herramientas del thriller para desarmarlo por dentro. Se invita al espectador a reconocerse y reconocerse en las reglas bastante populares del cine de atracos, de policías desesperados y ladrones a la desesperada. Y así hasta que los personajes, sus paisajes y sus pasiones (esto también es Delibes) acaban ocupándolo todo. De forma sabia y audaz, Bichos es cine negro que da el cambio (o el tirón) hasta convertirse en tragedia, una pura y evidente tragedia familiar. Una escena de Bichos, Rafa Cobos. MUNDOO. La novedad esta vez es que el referente nada oculto es el llamado cine quinqui por lo que tiene de diferente, de inclasificable y de olvidado. Al quinqui, de hecho, siempre le ha costado ser alguien. ¿Más una amenaza que una promesa, quizás? Amenazaba el mundo estable, pero al mismo tiempo anunciaba la fiebre de la aventura. El héroe de extrarradio que pobló los años de la Transición de Pull, Rumba y Cars 1430 sigue teniendo un estatus ontológico inestable, y sea payo o gitano, aparece en los márgenes de la sociedad de consumo que anhela y desea tanto como desprecia. Y Golpes hace suyo todo este legado para reclamarlo, pasarlo a limpio y devolverle tanto alma como dignidad. Y la verdad, incluso. La memoria democrática o histórica llega de forma radical y literal al cine quinqui. Durante toda la duración de la cinta, las imágenes documentales de la Sevilla de los 80 según la mirada de Juan Sebastián Bollaín parecen certificar que la ficción para ser cierta fabulación debe ser ante todo real. Y de repente, las cosas eran como eran. Podrían haber sido, pero no. Bichos es debut, pero a su manera es también cierre y consecuencia de un ciclo que ha alimentado una forma de ver cine desde principios de milenio. En la aspiración de cada uno de los textos de Cobos ha golpeado siempre la necesidad de hacer coincidir la vida íntima de sus personajes con la existencia de un barrio, de una ciudad, de un país entero. De la mano de un guión coescrito por Fernando Navarro, esa aspiración se hace ahora necesaria. Los tipos que encarnan Tosar y Carroza son mucho más que metáforas de su tiempo, son, en carne viva, su tiempo, nuestro tiempo. El resultado es una película admirable en su ambición, febril en cada uno de sus pasos y emocionante hasta la extenuación. Quizá el único problema resida en su afán de momentos incontrolados para contarlo todo, abarcarlo todo, recordarlo todo. Pero los debutantes están obligados a pagar el tributo de la desmesura y que así sea. Al final queda lo que tiene que quedar, es decir, Delibes: «Las cosas podrían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron».
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