Usando la función de desplazamiento de Instagram, me encuentro con una maravillosa imagen de una cena de actores. Una reunión de «actores de carácter» pone. En español esta expresión es el resultado de una traducción descuidada: «actor de carácter» se traduce mejor como «actor de carácter». Sirve para diferenciar a los intérpretes capaces de disolverse en cualquier personaje de las estrellas, que consciente e inconscientemente aportan siempre su propia personalidad a los papeles que interpretan. . Seguir leyendo
La película «La caza de la viuda» intenta ser odiosa y lo consigue. Sólo sería más incómodo de ver si en la pantalla en vez de Julia Roberts estuviera Diane Keaton. Aunque eso podría haber sido demasiado.
Usando la función de desplazamiento de Instagram, me encuentro con una maravillosa imagen de una cena de actores. Una reunión de «actores de carácter» pone. En español esta expresión es el resultado de una traducción descuidada: «actor de carácter» se traduce mejor como «actor de carácter». Sirve para diferenciar a los intérpretes capaces de disolverse en cualquier personaje de las estrellas, que consciente e inconscientemente aportan siempre su propia personalidad a los papeles que interpretan. Los actores de carácter de la foto son Alfred Molina, Eric McCormack, Lawrence Fishburne y Diane Keaton. Ella era una estrella. Una superestrella. La foto es, por tanto, una celebración y un cachondeo. La veo poco después de enterarme de la muerte de Keaton y me parece una forma estupenda de despedirla. También Reese Witherspoon, contando su primer encuentro con ella. A Keaton le fascinó la actitud y el acento (sureño) de Reese y se lo dijo con tanto descaro como simpatía. Witherspoon tenía 15 años cuando. Como «la mujer más cubierta de la historia de la ropa» la definió Meryl Streep en un homenaje. Diane, en el patio de butacas, lució uno de sus típicos sombreros. En Annie Hall, iba vestido de sí mismo, cuando iba vestido de DianeKeaton seguía sin significar nada. «Que se ponga lo que quiera», dijo Woody Allen. El resto es historia. . Cito a la periodista Anabel Vázquez con la frase «amigable excentricidad». También: carisma, personalidad, fotogenia, autoridad, starate. La monja que interpretó en The Young Pope, sólo que con unos tapones de sol ya era más Diane Keaton que otra cosa. Paolo Sorrentino, creador de la serie, lo sabía. Como lo sabía Edward Berger, por muy «monjita» que saliera Isabella Rossellini en su Cónclave habría en ese personaje más estrella que actriz de carácter. Y funcionó. Julia Roberts también funciona en Caza de brujas. Esta nueva película de Luca Guadagnino es una de las ficciones más agresivas de los últimos tiempos. Verla es como arañar una pizarra con las uñas. Durante más de dos horas. O como pasar la lengua por el hueco, entre doloroso e insensible, de una muela recién extraída. Durante más de dos horas. . La presencia de Roberts en los chillidos y frenesíes que es Caza de brujas es tan importante como el guión de Nora Garrett (la primera en firmar) o la dirección de Guadagnino. Porque Julia, como Diane, significa cosas. Y casi ninguna está en Caza de brujas. Allí incluso su sonrisa, esa sonrisa que ilumina el mundo desde 1988, es violenta. La película quiere molestar y lo consigue. Sólo sería más incómoda de ver si en la pantalla en lugar de Julia Roberts estuviera Diane Keaton. Aunque eso quizá hubiera sido demasiado. Habría sido como ver a E. T. descuartizando a un cachorro.
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