En La noche boca arriba, Julio Cortázar cuenta la historia quizá soñada de un hombre que sueña ser otro hombre. Dos historias discurren a la vez a medio camino entre el engaño, la iluminación, el miedo y el frío; dos relatos que se necesitan, se niegan y, ya se ha dicho, se sueñan el uno al otro. Un hombre que viaja en moto sufre un accidente y en el duermevela del ‘shock’ se imagina dentro de una civilización antigua. O al revés. Los dos cuentos son verdad con la misma claridad con la que mienten. Sólo la propia posibilidad de ser una narración les da sentido, les hace reales, que no verdad. Y aquí, la clave.. Seguir leyendo
Diego Lerman confecciona la crónica nada paródica del hombre que se inventó la llegada de los ovnis como perfecta metáfora del mecanismo de la mentira
En La noche boca arriba, Julio Cortázar cuenta la historia quizá soñada de un hombre que sueña ser otro hombre. Dos historias discurren a la vez a medio camino entre el engaño, la iluminación, el miedo y el frío; dos relatos que se necesitan, se niegan y, ya se ha dicho, se sueñan el uno al otro. Un hombre que viaja en moto sufre un accidente y en el duermevela del ‘shock’ se imagina dentro de una civilización antigua. O al revés. Los dos cuentos son verdad con la misma claridad con la que mienten. Sólo la propia posibilidad de ser una narración les da sentido, les hace reales, que no verdad. Y aquí, la clave.. El hombre que amaba los platos voladores no es más que la historia de un mentiroso. Pero de uno tan bueno que logro que su sueño alucinado entrara en la casa de los argentino convertido en realidad. Dura y perfecta realidad. Digamos que consiguió su particular versión televisiva de La noche boca arriba. Todo es una historia real. Y por ello, verdadera.. En 1986, cuando aún nadie hablaba de posverdad ni de relatos ni de hechos alternativos, el periodista José de Zer (notable un Leonardo Sbaraglia desaforado) junto al Chango, su cámara, viajaron a La Candelaria, en la provincia argentina de Córdoba. Allí encontraron un pastizal quemado que bien podría ser producto de un incendio provocado por un rayo o, por qué no, quizá se trataba de la huella dejada por el aterrizaje de una nave extraterrestre. ¿Descabellado? Pues sí, muy descabellado. Ahora bien, ¿quién se resiste a la más estúpida de las historias si está bien contada?. Diego Lerman vuelve a sorprender como lo ha hecho en las dos últimas ocasiones que ha pasado por San Sebastián. En 2017, en Una especie de familia proponía una película enigmática, errática y dura, puro riesgo, que no hacía pie en nada más que su convicción para someter al espectador en cada una de sus dudas. Pasados los años, en 2022, El suplente ofrecía uno de esos dramas escolares de profesor entregado, y bueno, y alumnos problemáticos tan queridos como estandarizados. El reto consistía en ofrecer algo nuevo, pero en el respeto escrupuloso de las reglas.. Ahora, en un nuevo giro de timón, se trata de ofrecer una crónica de aliento realista sobre una mezquindad entre muy cómica y muy trágica. Toda la película, de hecho, se mantiene en una extraña tierra de nadie que sin ser parodia tampoco es drama y siendo todo perfectamente verdad parece mentira. Digamos que la gracia y virtud de la propuesta de Lerman consiste en tener al espectador en perfecto estado de alerta incapaz de decidir si lo que ve es producto de su imaginación o simple historia de la televisión, en este caso argentina. No hay forma de saber, como en el cuento de Cortázar, de que lado del sueño nos encontramos ni cual es la parte que esta boca arriba de esta larga noche. Brillante.. Lo que queda es una película para la confusión que nos habla de la confusión, pero no de la de otros tiempos, sino de la nuestra aquí y ahora. Sin duda, una metáfora no muy edificante, la verdad, sobre el mecanismo de la mentira. Y de la verdad.
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