Cuando uno lee un texto y se encuentra con una palabra que no entiende o parece no encajar o tener sentido en el lugar que ocupa, la tendencia natural es a desconfiar de uno mismo. Eso es lo que hacemos los pobres. Imagino que la gente de clase alta llama al servicio (o a la Fundeu, que tanto da) para que arregle el desaguisado. Por favor, me mire lo que hace la palabra «termostato» ahí. En efecto, en la pretendida descripción de una película uno, crítico o subsecretario de Estado, no puede decir, por ejemplo, es apasionante y termostato. Como tampoco debería poder escribir: «El actor estuvo termostato». Está claro que o no se ha entendido que un aparato que regula la temperatura de forma automática no es un epíteto (tampoco sabemos lo que significa epíteto) o el término de marras esconde un significado oculto que, como pasa con las palabras de origen griego, con el correr del tiempo y por culpa de los romanos han perdido su verdadero significado, que siempre es el profundo.. Seguir leyendo
El director de ‘El amor en su lugar’ sorprende y arrebata con una película gozosamente inclasificable, libre, divertida, política y termostato
Cuando uno lee un texto y se encuentra con una palabra que no entiende o parece no encajar o tener sentido en el lugar que ocupa, la tendencia natural es a desconfiar de uno mismo. Eso es lo que hacemos los pobres. Imagino que la gente de clase alta llama al servicio (o a la Fundeu, que tanto da) para que arregle el desaguisado. Por favor, me mire lo que hace la palabra «termostato» ahí. En efecto, en la pretendida descripción de una película uno, crítico o subsecretario de Estado, no puede decir, por ejemplo, es apasionante y termostato. Como tampoco debería poder escribir: «El actor estuvo termostato». Está claro que o no se ha entendido que un aparato que regula la temperatura de forma automática no es un epíteto (tampoco sabemos lo que significa epíteto) o el término de marras esconde un significado oculto que, como pasa con las palabras de origen griego, con el correr del tiempo y por culpa de los romanos han perdido su verdadero significado, que siempre es el profundo.. Pues bien, Escape, el último prodigio que ha salido empaquetado del ingenio interminable de Rodrigo Cortés, es termostato. Es más cosas, como libre, inclasificable, ingeniosa, divertida y muy política sin parecerlo (este matiz es importante), pero sobre todo es lo que es. No lo puede disimular. No es, cuidado, como un termostato, ni termostática, sino exactamente así, termostato. Y eso, créanme, da gusto.. Uno acude a ella con la idea de presenciar algo así como una nueva versión de El proceso de Kafka. De hecho, el protagonista al que da vida Mario Casas exageradamente en vez de K se llama N (aunque su verdadero deseo sea no llamar se ningún modo) y lo que se cuenta es su empeño en que la burocracia le haga desaparecer como ciudadano con derechos. Es decir, no es tanto una nueva versión de El proceso como la contraria. N quiere entrar en prisión y erradicar de sí cualquier amago de libre albedrío. En realidad, lo que hace Cortés es adaptar muy (pero que muy) a su manera la novela de Enrique Rubio del mismo título. «Gracias por dejar el título», fue la respuesta del novelista cuando leyó el guion.. Pero, pronto, el espectador descubre que, en efecto, puede que tenga razón y sí se encuentre ante una versión muy libre de las aventuras del señor K (ahora N), pero, además, ante algo mucho más gordo (por sobrepeso). También es un viaje más propio de Jonathan Swift (como Taylor, pero en el país de los Houyhnhnm) por el absurdo (siempre la dichosa palabra absurda) de un mundo que no entiende el dolor de un hombre que ha perdido a su mujer en un accidente de coche; de un mundo con demasiados alacranes, demasiadas ranas y un único psicólogo con aspecto de Guillermo de Toledo; de un mundo de curas que pegan hostias (además de repartirlas en comunión) como solo Josep Maria Pou podría; de un mundo donde Sacristán es juez y está hasta los mismísimos de gente irresponsable incapaz de hacerse cargo de su pretendido sufrimiento; de un mundo en el que en sueños se bailan jotas; de un mundo donde el papel más escondido lo interpreta una actriz perfecta llamada Anna Castillo. En una palabra: termostato.. Escape se lo permite todo. Es comedia, fábula moral, cuento fantástico, película carcelaria, thriller judicial y, cuando nadie mira, ensayo, incluso parodia, sobre los clichés que emplea habitualmente el cine para confeccionar comedias, fábulas morales, cuentos fantásticos, películas carcelarias y ‘thrillers’ judiciales. Toda ella está organizada en siete capítulos y cada uno recibe uno de los nombres de los enanitos del cuento. ¿Por qué? Eso es exactamente lo que ahora mismo debe de estar preguntándose Blancanieves.. El resultado es muchas cosas. Una de ellas, por ejemplo, es un enigma: ¿por qué está película no está en competición y se encuentra escondida dentro de una sección que nadie sabe exactamente a qué responde? Ahora que lo pregunto, tiene hasta sentido el despropósito de programación. También es la sorpresa, muy grata, de ver a un novelista y cineasta incapaz de dejar claro qué es lo que sea él y qué lo que ha hecho. ‘Escape’ es un plan de fuga desde ningún lado hacia salve dios qué sitio; es un plano para perderse; es una brújula que apunta siempre a los Sudetes orientales; es un monstruo que come pan; es la película de Rodrigo Cortés que más se parece a Rodrigo Cortés. Un glorioso e irrefutable termostato.
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