No deja de ser sorprendente que una misma palabra pueda significar a la vez no ya dos cosas distintas sino opuestas. Fenómeno, por ejemplo y por Immanuel Kant, no es más que el aspecto que las cosas presentan ante nuestros sentidos. Es decir, no es nada más que pura apariencia en su sentido más banal o, si se prefiere, menos riguroso. No hay filósofo sobre la faz de la tierra y sobre la historia del pensamiento que aconseje fiarse mucho de lo que percibimos. Pero fenómeno también es, en su sentido digamos más estrictamente futbolístico, todo aquello que escapa a la representación trivial. Un acontecimiento extraordinario o un delantero argentino son fenómenos por desconcertantes, por desafiar la más plausible de la explicaciones, por ser algo que nuestros sentidos no entienden. Así las cosas, fenómeno es lo ordinario que percibimos y fenómeno es lo extraordinario que nos arrebata.. Seguir leyendo
El director del narcomusical, además de película de la temporada, reivindica su confianza total en el cine como herramienta para la identificación
No deja de ser sorprendente que una misma palabra pueda significar a la vez no ya dos cosas distintas sino opuestas. Fenómeno, por ejemplo y por Immanuel Kant, no es más que el aspecto que las cosas presentan ante nuestros sentidos. Es decir, no es nada más que pura apariencia en su sentido más banal o, si se prefiere, menos riguroso. No hay filósofo sobre la faz de la tierra y sobre la historia del pensamiento que aconseje fiarse mucho de lo que percibimos. Pero fenómeno también es, en su sentido digamos más estrictamente futbolístico, todo aquello que escapa a la representación trivial. Un acontecimiento extraordinario o un delantero argentino son fenómenos por desconcertantes, por desafiar la más plausible de la explicaciones, por ser algo que nuestros sentidos no entienden. Así las cosas, fenómeno es lo ordinario que percibimos y fenómeno es lo extraordinario que nos arrebata.. Emilia Pérez, del director francés Jacques Audiard, es el último fenómeno del que ha sido capaz el cine. Y lo es, y esto es lo relevante, en su doble acepción por el huracanado festín sensorial que ofrece y por sencillamente inexplicable, fuera de norma, desproporcionado y feliz. «Quiero creer», razona el director, «que la película no es más que el resultado último de mi confianza total en el cine. Y eso es algo que he descubierto con el tiempo, poco a poco. De hecho, cuando empecé en esto no era en absoluto consciente. Siempre tuve claro que el cine para mí era la forma de comunicarme con el mundo, pero, como francés que soy, veía claramente las fronteras de mi cine delimitadas por los mitos de Godard, Truffaut o la Nouvelle Vague. No me sentía cómodo encerrado en esta jaula dorada. Me resultaba una concepción muy estrecha. Y por eso, mi intención siempre fue deshacerme de todo el legado que se supone tenía que respetar. Cuando en mi tercer largometraje comencé a recibir financiación extranjera, noté que algo había cambiado». Pausa. «Lo que tengo claro es que para mí el cine es una herramienta de identificación y cuanta más gente se pueda identificar más cerca estaré de mi objetivo». Queda claro.. La última película de Audiard es la viva representación de ese empeño declarado por abarcarlo todo, por serlo todo. La cinta vive desde el primer al último segundo situada al borde del deslumbramiento, entre lo sublime y lo extravagante, entre lo insignificante y lo inabarcable. Jacques Audiard, siempre empeñado en refutarse a cada paso que da, propone un musical, pero con la textura del melodrama, el ritmo del thriller y la aversión a las reglas de la comedia disparatada. Por momentos, recuerda a la exuberancia fútil de los alardes hipnóticos de Busby Berkeley, a ratos se camufla entre la gramática del polar francés y, cuando quiere, hasta imita al propio Almodóvar. A todo se atreve, todo lo intenta. Puro mezcal (o tequila) fílmico que igual festeja el narcocorrido que se deshace en lágrimas abrazado a la mismísima Chavela Vargas. Es decir, un fenómeno por un lado y un fenómeno por el otro. Tan del gusto de los sentidos como inalcanzable para el propio sentido.. Para situarnos, se cuenta la historia de Rita, una abogada que un buen día recibe una oferta extraña y muy inesperada. Tal vez solo inexplicable. El más temido de los jefes de los carteles de la droga le pide que le ayude a desaparecer detrás del sueño que persiguió desde la infancia: ser una mujer. La letrada es Zoe Saldaña en el papel de su vida. Selena Gomez se queda con el personaje de la mujer del mafioso, con todo lo que eso conlleva de desconcierto. Y, atentos, Karla Sofía Gascón, española de Alcobendas, irrumpe en la pantalla como la mayor de las revelaciones. Descomunal, temible, tierna, turbadora y perfecta. Las tres actrices fueron galardonadas en Cannes y la última de las citadas aparece en todas las listas como candidata al Oscar. Sería la segunda actriz española en estar ahí, sobre la alfombra roja de Hollywood; sería la segunda nacida en Alcobendas. Pero eso es otra historia.. «Todas las películas musicales que amo son por fuerza películas políticas. Cabaret, por ejemplo, es la producción que mejor ha representado el ascenso del nazismo», comenta el director a la vez que deja claro sus reparos a que su Emilia Pérez se definida como simple musical o, peor aún, como simple alegato político. «Pero, cuidado, no me escondo. Claro que soy consciente de la carga política de mi propuesta. Cuando ofreces una representación de una cuestión social haces por fuerza un comentario político. Hay dos opciones: o la comunidad LGTBIQ+ se siente traicionada y caricaturizada, lo que sería muy triste, o bien se identifica y encuentra en la cinta una forma genuina de expresión. Ésta sería la razón por la que te dedicas a hacer películas. Puede sonar muy presuntuoso, pero confío en que el cine cambie las cosas y transforme el mundo. ¿Hay algo más político que eso? ¿Hay algo que no sea político?».. Cuesta seguirle el paso a un director que más que a nada teme ser fácilmente clasificado. Es francés, pero ha rodado películas en todos los idiomas del mundo que no comprende. Utilizó el tamil en Dheepan; el inglés en Los hermanos Sisters; el vietnamita en De latir, mi corazón se ha parado; el árabe en Un profeta; el chino mandarín en París, distrito 13, y ahora el español. «Me gusta hacer películas en lenguas que no entiendo porque cuando ruedo solo estoy pendiente de la musicalidad. Eso me ayuda a plantearme la puesta en escena de manera orgánica, fluida, casi biológica. Cuando ruedo en mi idioma, el trabajo acaba por mecanizarse porque me temo perderme en el sentido de cada una de las expresiones por separadao antes que prestar atención al conjunto», afirma en un intento quizá fallido de explicar lo inexplicable. Pero su guerra declarada contra cualquier amago de definición no acaba en su aversión al traductor de Google. Audiard entiende el cine como una experiencia física y siempre a flor de piel capaz de acercarse por igual al western (Los hermanos Sisters) que al relato apenas susurrado (París, Distrito 13), que al drama a voz en grito (De latir, mi corazón se ha parado), que a la simple y pura fiebre (Un profeta o Dheepan), que, ya se ha dicho, al más glorioso de los musicales, de los narcomusicalestrans.. ¿Y cómo se enfrenta al torrente de odio que discurre en paralelo al de entusiasmo?. Me da igual. La atmósfera que han creado las redes sociales lo envenena todo. Ahora mismo todo es opinión; cuanto más estúpido sea algo más se viraliza. Me da igual que los más idiotas sean los que me llamen woke o me acusen de dar lecciones morales.. Audiard, todo un fenómeno kantiano y de los otros.
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