<p>»Pensamos la historia como momentos de turbulencia cuando convergen fuerzas, el estallido repentino del suelo que pisamos, la catástrofe. Pero a veces la historia no es más que <i>detritus</i>». Es fácil escuchar en estas líneas de <i>El abrazo</i> (Alfaguara), la última novela de la poeta canadiense <strong>Anne Michaels</strong>, ecos del ángel de la historia que poblaba <strong>las pesadillas de Walter Benjamin</strong>. La historia como una acumulación incesante de ruinas que crece ante nuestros impotentes ojos.</p>
La poeta canadiense Anne Michaels escribe una saga de cuatro generaciones traumatizadas por la I Guerra Mundial y llena de voces fantasmales al estilo del ‘Austerlitz’ de Sebald.
«Pensamos la historia como momentos de turbulencia cuando convergen fuerzas, el estallido repentino del suelo que pisamos, la catástrofe. Pero a veces la historia no es más que detritus». Es fácil escuchar en estas líneas de El abrazo (Alfaguara), la última novela de la poeta canadiense Anne Michaels, ecos del ángel de la historia que poblaba las pesadillas de Walter Benjamin. La historia como una acumulación incesante de ruinas que crece ante nuestros impotentes ojos.
Estamos ante una novela importante, finalista junto a las obras de otras cinco escritoras del premio Booker, uno de los galardones literarios más relevantes en lengua inglesa. A lo largo de cuatro generaciones secretamente conectadas observamos los movimientos telúricos con los que el deseo o la compasión conmueven el alma humana. Y todo comienza, como tantas otras cosas, en una trinchera de la Gran Guerra.
Un soldado llamado John yace cerca del río Escalda, incapaz de mover las piernas, rodeado de cadáveres que la fina nieve comienza a cubrir y con la memoria en plena ebullición. La Primera Guerra Mundial está a punto de terminar, John sobrevivirá sin ser capaz de despojarse del trauma, formará una familia… Y cuatro generaciones se sucederán hasta el presente en fragmentos líricos, desgarrados, tan ensombrecidos como iluminados por el misterio.
«La historia no solo trata de sucesos y acciones, sino también de dudas, decepciones, duelos. Recordemos que somos la única especie que tiene el conocimiento de su propia mortalidad. Lo que me interesaba en este libro era comprobar lo siguiente: si tal vez lográramos encontrar un poco de consuelo en saber que vamos a morir, ¿cómo sería?», explica Michaels cuando nos citamos con ella en Madrid, donde presentará hoy la versión española de su novela, traducida por Eva Cruz.
No estamos ante otra pieza más de trauma y resistencia, una nueva saga familiar cuyos hitos coinciden curiosamente con los más dramáticos acontecimientos del siglo XX. El abrazo es una narración que conecta fragmentos y generaciones en torno al misterio. Un misterio que brota de la tierra en ese cruce de caminos de la historia en el que ocurre algo tan sutil como inédito cuando «la ciencia comienza a manipular el mundo invisible«.
Anne Michaels.JEREMY CHAN
No por casualidad, hay pasajes de El abrazo que recuerdan el tratamiento de los orígenes de la ciencia moderna que ha fascinado los últimos años a los lectores de Benjamín Labatut, al que Anne Michaels reconoce leer con admiración. Si para el chileno, tanto los vampiros como ciertas ecuaciones son igualmente fantasmales, la escritora canadiense defiende que el misterio que habita el corazón humano no puede llenarse con ciencia. Es mejor dejarlo intacto.
«Mi libro quiere dar valor precisamente a aquello que no podemos probar. La ciencia busca lo que es, aquello que existe verdaderamente. Por ello, cierto tipo de investigaciones son inadmisibles para la ciencia que se niega incluso a hacer las preguntas pertinentes. Perdemos así un valor esencial. Hay algo en el interior de todos nosotros, que no se puede medir, pero que chilla y llora. Obviarlo limita terriblemente la experiencia humana».
Pero sí una obra sirve de faro y guía a esta poeta es Austerlitz, de W.G. Sebald, que asegura leer y releer como quien habita un sueño en el cual todo conmueve y nada no es ajeno, «un libro tan saturado de historia que es fácil preguntarse quién proyecta la sombra, los vivos o los muertos».
¿Cómo logra Anne Michaels dar sentido a su escritura despedazada, a esos libros como palacios a medio hacer que no es fácil apreciar si están alzándose o derrumbándose? «Desde el principio supe que mi novela iba a constar de piezas separadas y tardé más de lo que esperaba en darme cuenta de cómo esas piezas podían conectarse entre sí. Y ocurrió algo increíble. Un día, de pronto, me di cuenta de que acababa de escribir la misma frase que escribí hace 20 años. Entonces entendí que había alcanzado la profundidad suficiente para que todo, también toda mi obra, se conectara al fin».
Michaels asegura que urde sus historias prestando mucha atención a los instintos, con el permanente afán de cuestionar todo aquello que daba por sentado y que solo cuando siente que ha logrado destilar su propia vida, es cuando se siente capaz de ofrecérsela al lector. Así, no sorprende que todo el proceso de ardua documentación que, asegura, ha exigido su último libro, suene como una encantadora música ligera que en ningún momento abruma a quien lee.
¿Cuánto de la Michaels poeta queda en la Michaels novelista? «Escriba 10 versos o 400 páginas, siempre me obsesiona lo mismo. Ni una sola palabra debe malgastarse. Respeto mucho al lector. Cuando me ocupo de abstracciones, de lo inexpresable, busco ser aún más precisa, no menos».
Hay páginas memorables aquí que tratan acerca de la amistad entre la premio Nobel Marie Curie y la matemática y física británica y sufragista Herta Ayrton. Ambas eran científicas extraordinarias en un mundo de hombres y también eran dos amigas que se ayudaban mutuamente. ¿Cuándo podían Marie y Herta dedicar a sus investigaciones? De noche, con la lamparita encendida y los niños durmiendo.
«No tenemos una fórmula sobre cómo una mujer puede hacer todas estas cosas, pero las hacemos y las seguiremos haciendo. Los límites están para saltárselos y yo es lo que he intentado en este libro».
A lo largo de su formación como autora, entre lecturas de Shakespeare, de Camus, los grandes narradores rusos o su idolatrado Austerlitz de Sebald, Michaels ha prestado especial atención al desplazamiento y al exilio que vuelven a ensombrecer hoy la actualidad de un mundo en guerra, desde Ucrania a Gaza o Beirut ¿El abrazo es también una advertencia a nuestro tiempo sobre la tentación de repetir la historia?
«Todo lo que yo escribo es una forma de dar testimonio de la desposesión, la desesperación y la injusticia del presente. También en El abrazo late un tipo de esperanza muy profunda. Nada enfada más a los tiranos que la esperanza. En una escena que parece crucial, dos personajes que trabajan en una zona de guerra conversan juntos en la cama. Ella le pregunta a él: ‘¿Crees que es posible que el bien sobreviva a todo esto?’ Y él le contesta: ‘No’. Pero luego la observa, piensa en cómo la ama. Y añade: ‘A lo mejor’. Ese viaje entre el ‘no’ y el ‘a lo mejor’, encarna el corazón de mi literatura».
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