Aceptar que lo bueno es mejor que lo malo, así en general, puede parecer una estupidez y casi con toda seguridad hasta lo sea. Hay varios argumentos que apuntalan esta idea. No solo es moralmente obvio sino que lógica y hasta gramaticalmente también. Por la misma razón que lo blanco es más claro que lo negro y lo alto jamás podrá ser superado por lo bajo, algo considerado bueno no puede ser peor que algo intrínsecamente malo. Hasta aquí, todos de acuerdo. Sin embargo, y desde que alguien decidió que, un momento dado, cuanto peor mejor, lo obvio cayó en un descrédito solo comparable al que sufrió el optimismo. Hemos llegado a un punto en el que nadie que quiera pasar por inteligente puede permitirse el lujo ni de ser optimista ni mucho menos claro. En un tiempo, el nuestro, tan decididamente cínico que hasta ha sido capaz de inventar la curva de Laffer, una tautología puede ser un grito revolucionario.. Seguir leyendo
Marta Nieto debuta como directora con un delicado, claro y vocacionalmente ingenuo retrato de la tolerancia, de la aceptación del otro, de lo trans
Aceptar que lo bueno es mejor que lo malo, así en general, puede parecer una estupidez y casi con toda seguridad hasta lo sea. Hay varios argumentos que apuntalan esta idea. No solo es moralmente obvio sino que lógica y hasta gramaticalmente también. Por la misma razón que lo blanco es más claro que lo negro y lo alto jamás podrá ser superado por lo bajo, algo considerado bueno no puede ser peor que algo intrínsecamente malo. Hasta aquí, todos de acuerdo. Sin embargo, y desde que alguien decidió que, un momento dado, cuanto peor mejor, lo obvio cayó en un descrédito solo comparable al que sufrió el optimismo. Hemos llegado a un punto en el que nadie que quiera pasar por inteligente puede permitirse el lujo ni de ser optimista ni mucho menos claro. En un tiempo, el nuestro, tan decididamente cínico que hasta ha sido capaz de inventar la curva de Laffer, una tautología puede ser un grito revolucionario.. Y eso es, en efecto, ‘La mitad de Ana’, una película tan delicada como evidente, tan feliz en su vocación de renunciar al enfrentamiento que se diría toda una provocación. Marta Nieto debuta como directora y, en vez de levantarse contra alguien, contra algo o contra todos, como dictan los nuevos tiempos, se limita a describir con voz queda la posibilidad de entender al otro, la certeza de lo diverso, la pertinencia del reconocimiento del diferente. Suena terriblemente obvio y para nada. La obviedad es ahora mismo cualquier cosa menos obvia.. La película arranca con la idea de un cuadro. El óleo es ‘Un mundo’ y su pintora, Ángeles Santos. Ésta se afanó en él cuando apenas contaba con 17 años. El lienzo, fechado en 1929, cuelga en el museo Reina Sofía de Madrid y también lo hace casi como protagonista en la propia cinta. Lo que se ve es, en efecto, un mundo, pero no uno cualquiera. Se trata del mundo indomesticable y en forma de cubo, que no esfera, de una adolescente que pelea contra todas las convenciones, contra todos los ritos, contra el espacio cuadrangular de la propia tela en la que descansa. Y, sin embargo, y pese al efecto entre lisérgico e hipnótico que la pintura provoca en el espectador, lo relevante no es tanto lo que se ve, como lo otro, lo que está al otro lado, lo que esconden cada una de las caras ocultas del poliedro. Ahí, Ángeles Santos y con ella Marta Nieto abrazan y nos abrazan con todas las infinitas posibilidades de ser y de estar en, en efecto, el mundo.. ‘La mitad de Ana’ cuenta la transformación, casi revolución, que vive y sufre, las dos cosas, una madre cuando su hija de ocho años Sonia elige ser llamada (o llamado, mejor) Son. Y con su nombre todo lo demás. La transformación es la de la madre, no la de la niña. El detalle importa. De repente, ella, que trabaja como vigilante en el museo que alberga ‘Un mundo’, se verá obligada a cambiarlo todo de sí y de lo que le rodea. Su mundo supuestamente obvio salta por los aires. Y el primer cambio es, como no puede ser otro, el de la mirada. Y llegado a este punto, el argumento se confunde con la esencia misma de la pantalla en la que discurre todo. Al fin y al cabo, el cine no es nada más que una disciplina, oficio, arte incluso, trans. La más clara de sus certezas consiste en su firme voluntad de dudar. En palabras de Pasolini, se trata de faltarle el respeto a todo sentimiento establecido.. La mitad de Ana discurre con transparencia por la mirada del espectador completamente ajena a convencionalismos, dramas manidos y frases hechas; siempre entregada a la muy sana labor de hacerse fuerte en cada una de sus heridas, en todos los diminutos experimentos que salpican la pantalla. Es una película que no evita ni un solo conflicto ni un solo riesgo ni una sola de sus dudas. ‘La mitad de Ana’ es una invitación emocionante, clara y febril a mirar exactamente eso: la otra parte, la parte de atrás del cuadro de Ángeles Santos. Nieto saca de sí lo mejor de esa actriz y cineasta nada convencional y siempre en vibración, a punto de romperse incluso, que vimos en Tres, de Juanjo Giménez, o en Madre, de Rodrigo Sorogoyen. Y desde ahí hilvana un retrato transparente de una mirada nueva que mira por primera vez y para siempre; una mirada que se quiere buena, limpia y feliz. Y, ésta sí, completamente obvia. Tan obvia como la tolerancia, por ejemplo. Tan obvio. Tan revolucionario.. —. Dirección: Marta Nieto. Intérpretes: Marta Nieto, Noa Álvarez, Nahuel Pérez Biscayart, Sonia Almarcha, Berta Sánchez. Duración: 89 minutos. Nacionalidad: España.
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