Ahora nos callamos cuando se acerca Isabel Espiño. La queremos, pero ha cogido la costumbre de delatar los pequeños secretos y mezquindades de sus amigos en su columna de los jueves en este mismo espacio. No hay compañera o compañero con una vida sentisexual activa, cuenta en Tinder y la lengua larga que no cambie de tema en cuanto la ve acercarse con esa cara de buena persona que apenas disimula el bloc de notas de su cerebro. . Seguir leyendo
Las mujeres, que ya radian sin complejos su relación con el bótox y el ácido hialurónico, nos llevan mucha ventaja en esto, pero nosotros seguimos aferrados al rancio vínculo entre virilidad y mata de pelo
Ahora nos callamos cuando se acerca Isabel Espiño. La queremos, pero ha cogido la costumbre de delatar los pequeños secretos y mezquindades de sus amigos en su columna de los jueves en este mismo espacio. No hay compañera o compañero con una vida sentisexual activa, cuenta en Tinder y la lengua larga que no cambie de tema en cuanto la ve acercarse con esa cara de buena persona que apenas disimula el bloc de notas de su cerebro.. Generalmente observo este fenómeno con media sonrisa y la tranquilidad que da ser un señor con una vida más aburrida que ‘Sirat’ (aunque menos pretenciosa), pero el pasado fin de semana coincidimos en una fiesta y viví el fenómeno en mis carnes. Se acercó Isa al grupo y el volantazo de la conversación no te lo da Fernando Alonso en sus mejores días. «Estaríais hablando de sexo, infidelidades y correrías nocturnas», aventurará el lector. En absoluto y esta vez seré yo el indiscreto. Éramos cuatro cuarentones hablando de ponernos pelo.. Lo que Espiño busca inteligentemente en las vidas ajenas, mucho más variadas, la mayoría de columnistas (sobre todo los tíos, para qué engañarnos) lo sacamos de las nuestras. La línea entre el columnismo y el onanismo es muy fina. Lo hacemos, engreídos como somos, pensando que partiendo de nuestra experiencia individual vamos a lograr explicar el mundo entero. ¿Qué puede simbolizar mejor los dramas de 2025 que ese día que tuvimos una mala resaca o esa mañana que bajamos a comprar el pan sin dinero y en chanclas? O, incluso, aquella noche en que hablamos de injertos capilares.. A ver, es un tema. En una sociedad demencialmente exhibicionista donde la gente, mucha de ella sin espejos en casa, no tiene problema en lucir cada parte de su cuerpo y de su intimidad en Instagram, ponerse pelo es el Club de la Lucha de la imagen: la primera y la segunda regla del Club de los Injertos es que nadie habla de los injertos. Nos atorras con cuántos kilómetros corres al día y cuánto peso levantas, pero todos tenemos que fingir que has pasado de Mortadelo a Pocholo por arte de magia.. De hecho, la charla interruptus de la fiesta trataba de que ya te puedes poner pelo sin necesidad de raparte ni de tener la frente como un sembrado durante un mes. Vamos, sin que nadie se entere porque, claro, quién va a sospechar que esa remontada a los 45 no ha sido natural. Las mujeres, que ya radian sin complejos su relación con el bótox y el ácido hialurónico, nos llevan mucha ventaja en esto, pero nosotros seguimos aferrados al rancio vínculo entre virilidad y mata. La estupidez es enorme, pero es nuestra estupidez y hay que respetarla. Esta es la única experiencia que jamás les contará un columnista. Y a Espiño, aún menos.
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