Desde un acercamiento al tema si se quiere básico, cualquier creación humana interesante es producto en buena medida de la contradicción. En la teoría más clásica, el arte, así en general, no es más que una forma bastante contradictoria de acercarse a lo más general de todo, lo inefable (lo que ni siquiera se puede nombrar), desde lo particular: desde un conjunto de notas sobre el pentagrama, desde una mancha color sobre el lienzo o, ya que estamos, desde un primer plano de un rostro que llora (o ríe, incluso). El cine, en buena medida, se alimenta de una paradoja elemental: ver sufrir nos entretiene hasta, llegado el caso, la carcajada. Decía Mack Sennett que una comedia es cuando un hombre cae en una zanja y se mata. El drama es que te salga un padrastro. Y así.. Seguir leyendo
Paula Ortiz confecciona un retrato del fanatismo tan vívido como cruel, tan cerca del melodrama como del más elemental terror
Desde un acercamiento al tema si se quiere básico, cualquier creación humana interesante es producto en buena medida de la contradicción. En la teoría más clásica, el arte, así en general, no es más que una forma bastante contradictoria de acercarse a lo más general de todo, lo inefable (lo que ni siquiera se puede nombrar), desde lo particular: desde un conjunto de notas sobre el pentagrama, desde una mancha color sobre el lienzo o, ya que estamos, desde un primer plano de un rostro que llora (o ríe, incluso). El cine, en buena medida, se alimenta de una paradoja elemental: ver sufrir nos entretiene hasta, llegado el caso, la carcajada. Decía Mack Sennett que una comedia es cuando un hombre cae en una zanja y se mata. El drama es que te salga un padrastro. Y así.. Paula Ortiz lo sabe (sabe lo de Sennett, lo de lo inefable y lo de las contradicciones) y, su última película, La virgen roja, es toda ella una contradicción. Lo es desde el mismo título que funciona a la vez como provocación y como la única explicación posible de la barbaridad que viene después. Y lo es por principio. Por principio artístico si se quiere. Se cuenta la historia de Aurora Rodríguez Carballeira, la mujer que por liberar a la mujer –así, en general– condenó sin remedio hasta el asesinato a su hija –así, en particular–. La madre educó a su único vástago para que fuera la mujer del futuro y para que atesorara en su cuerpo todas las revoluciones por hacer: las sexuales y las políticas, las más personales y las de todos. Pero el fanatismo no admite ni mancha ni desvío y, en un giro trágico, el idealismo se tornó en fascismo. Suele pasar.. Aurora es Najwa Nimri en una interpretación desmedida en su precisión; un trabajo todo él pronunciado a voz en cuello que, en verdad, se escucha como un susurro. Aurora es una madre que ama hasta la desesperación y hasta el odio más profundo. Aurora es, ya se ha dicho, la más solemne y perfecta de las contradicciones. En consonancia, la puesta en escena que ofrece Ortiz sigue de forma pautada la exuberancia de un discurso que lo quiso todo. La película se despliega ante los ojos del espectador como una meticulosa adaptación de época que se hace visible a través de la palabra. Y aquí, de nuevo, la paradoja.. Paula Ortiz Alba Planas y Najwa Nimri en la presentación de ‘La virgen roja’.Javier Etxezarreta/EFE. En realidad, todo el cine de Paula Ortiz se alimenta y vive feliz en la contradicción. Es cine visualmente complejo, se diría que barroco, y, sin embargo, todo él se sustenta sobre el texto. Lo vimos recientemente en Teresa, una película muy cerca del simple y muy místico oxímoron en la que una obra de teatro donde sus personajes suspenden antes el aliento que cada uno de sus discursos; una película que cobraba vida en el calor de una puesta en escena siempre encendida. Desde De tu ventana a la mía a la adaptación de Hemingway del revés en Al otro lado del río y entre los árboles, su filmografía vive en el empeño de hacer ver las palabras. En su cine, el texto es él mismo el subtexto que alienta y da forma a la imagen. Ortiz diseña la puesta en escena desde el fraseo del guion que apenas deja espacio al silencio por la sencilla y muy ‘teresiana’ razón de que el silencio suena.. Lo que queda es una película que se quiere también contrasentido. La inclusión de la metáfora visual de una estatua que se descompone no acaba de convencer, demasiado pedestre, pero es perfectamente coherente. Con respecto a la película que sobre la misma historia confeccionó Fernando Fernán Gómez en 1977 (Mi hija Hildegart), la de Ortiz es menos cruda, más pendiente de la tesis que del suceso luctuoso, más atenta a la transformación de la utopía en pesadilla que al peso de la sangre. El resultado es un espectáculo, pero también una herida, un melodrama, pero de terror, un bello canto feminista, pero muy atento. Es todo eso y es una actriz descomunal como Najwa Nimri. Najwa Nimri, créanme, da miedo; da miedo hasta en las entrevistas. Y eso no lo puede decir cualquiera.
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