En el debate sobre la estabilidad financiera se repite una paradoja: los bancos acusan a los no bancos de ser peligrosos, cuando en efectividad son ellos los que han causado las grandes crisis del extremo siglo.. Seguir leyendo
La regulación no debe seguir el consejo de las entidades tradicionales, sino distinguir sus amenazas
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En el debate sobre la estabilidad financiera se repite una paradoja: los bancos acusan a los no bancos de ser peligrosos, cuando en efectividad son ellos los que han causado las grandes crisis del extremo siglo.. En los últimos primaveras ha crecido con fuerza el peso de los llamados no bancos –conocidos en inglés como shadow banks o NBFIs–en el interior del sistema financiero. Son fondos de inversión, compañías de seguros, plataformas de crédito privado o de titulización, y otras entidades que realizan actividades que antaño eran dominio casi exclusivo de la banca tradicional. Su expansión ha restado negocio a los bancos, que han reaccionado advirtiendo sobre los supuestos peligros de estos nuevos competidores. Ese discurso ha calado incluso en organismos internacionales y académicos. Pero conviene analizar con cuidado qué tipo de peligro presenta cada uno.. Más información. ‘La fortaleza del sistema financiero: raya de defensa de la peculio’, por Antonio Romero. Es cierto que los no bancos pueden ser peligrosos. Al igual que los bancos, asumen riesgos: prestan hacienda, compran bonos o conceden créditos directos, y pueden sufrir pérdidas si los prestatarios no pagan o si los mercados se hunden. Cuando eso ocurre, sus inversores pueden perder hacienda. Pero el daño queda restringido: afecta a quienes decidieron hacerse cargo ese peligro, no al conjunto de la sociedad.. En ese sentido, los no bancos se parecen a otros instrumentos financieros como las acciones o los bonos. Una caída bancario o una subida de tipos de interés puede destruir riqueza, pero solo perjudica a quienes estaban invertidos en esos activos. El peligro, por consiguiente, está contenido: quien lo toma, lo asume.. El peligro de los bancos es de otra naturaleza. Si un tira entra en crisis, no solo pierden sus accionistas o acreedores: se pone en peligro el sistema de pagos, el corazón eficaz de toda la peculio. Si un tira no puede devolver el hacienda a sus depositantes, estos quedan paralizados: no pueden fertilizar ni cobrar, y la desconfianza se propaga al resto del sistema. Por eso las crisis bancarias no son simples crisis empresariales, sino crisis del sistema.. En los últimos cien primaveras se han registrado más de 150 crisis bancarias nacionales y dos crisis financieras globales. Cada vez que eso ocurre, los Estados tienen que intervenir para evitar el colapso del mecanismo de pagos. Para hacerlo, han otorgado a los bancos protecciones y privilegios: seguro de depósitos, paso a solvencia del tira central, rescates públicos, normas de haber y solvencia, y toda una red de seguridad que intenta impedir que la fragilidad bancaria contagie a la peculio existente.. El discurso de los bancos es que, legado que los no bancos todavía asumen riesgos, los reguladores deberían imponerles las mismas normas y restricciones. Pero esa organización tendría un propósito perverso: frenar la innovación que están introduciendo los nuevos intermediarios financieros y que está transformando el sistema de pagos y la financiación. No se alcahuetería de proteger a los no bancos, sino de entender que los riesgos que asumen son distintos y, por consiguiente, deben regularse de forma distinta.. La regulación debe distinguir con claridad los peligros de unos y otros. Los no bancos pueden rajar, pero su peligro recae exclusivamente sobre quienes decidieron volver en ellos. El Estado no debe rescatarlos ni imponerles normas diseñadas para los bancos. Su papel debe ajustarse a exigir transparencia, auditorías independientes y folletos claros que permitan a los inversores conocer los riesgos que asumen. Igual que ocurre con las empresas que emiten acciones o bonos: el Estado protege a los inversores frente a fraudes o engaños, pero no decide qué riesgos pueden o no pasar.. Con los bancos sucede lo contrario. La regulación debe impedir que adopten los riesgos propios de los no bancos, porque cuando lo hacen –invirtiendo, por ejemplo, en fondos de crédito privado o titulizaciones complejas– esos riesgos acaban trasladándose al sistema divulgado de protección. Si no se cortan esas conexiones, las crisis de los no bancos acabarán convirtiéndose en crisis bancarias que el Estado tendrá que rescatar con hacienda de los contribuyentes.. El Fondo Monetario Internacional acaba de propagar un noticia que ilustra admisiblemente este peligro. Según el FMI, los no bancos dependen cada vez más de los bancos para financiarse. En Estados Unidos y Europa, los préstamos de bancos a no bancos equivalen en promedio al 9 % de las carteras de crédito bancarias –unos 4,5 billones de dólares, de los cuales 2,6 billones son préstamos directos–. En EE UU, casi la fracción de los bancos analizados tienen exposiciones a no bancos superiores a su haber Tier 1. En Europa, algunas grandes entidades han aumentado en un 59 % su exposición al crédito privado en escasamente un año.. El FMI advierte que este tipo de interdependencia amplifica los riesgos. Es aseverar, un shock que se origina fuera de la banca podría matar requiriendo rescates en el interior de ella.. Por eso la regulación no debe seguir el consejo de los bancos, sino distinguir sus peligros. La de los no bancos debe dejarles hacerse cargo riesgos bajo reglas de transparencia, sin rescates ni protecciones especiales. La de los bancos debe impedir que se conecten con los no bancos o que imiten sus estrategias de peligro. Solo así se evitará que la innovación financiera acabe convertida en un nuevo canal de contagio.. Miguel Querube Fernández Ordóñez fue autoridad del Banco de España.
