<p>En 1922, cuando se estrenó la película de Murnau que plagiaba sin pudor la novela de Bram Stoker (fue demando por ello), la llamada gripe española acaba de arrasar el mundo. En 1992, cuando Coppola resucitó al conde Drácula de las tinieblas, empezaban a utilizarse los antirretrovirales como estrategia para detener el sida. <strong>El monstruo reaparece cuando, de repente, cobramos consciencia de lo inevitable.</strong> «La muerte», dice la criatura recreada por Werner Herzog en su particular relectura en 1079 del primer ‘Nosferatu’, «sólo es cruel para los desprevenidos». La frase del monstruo le humaniza. En realidad, el empeño de la criatura atormentada por su eternidad no es otra que transfundir su mal y su pesar sin fin a la que imagina su víctima. Creemos que el monstruo nos es ajeno y, bien al contrario, está dentro de nosotros. Somos él. Basta que aceptemos la inevitabilidad de nuestro fin para dejar de experimentar la muerte como algo impropio. El vampiro, en verdad, es un estado mental. </p>
Robert Eggers reinterpreta la mitología vampírica en una muestra de habilidad que es a la vez meticulosa y profundamente conflictiva, mezclando tragedia con humor.
En 1922, cuando se estrenó la película de Murnau, que descaradamente copió la novela de Bram Stoker (lo que resultó en una demanda), la gripe española se había extendido recientemente por todo el mundo. En 1992, cuando Coppola trajo al Conde Drácula de vuelta a la vida, los antirretrovirales estaban empezando a ser utilizados como una forma de combatir el SIDA. El monstruo regresa cuando de repente reconocemos lo inevitable. «La muerte», afirma el ser traído a la vida por Werner Herzog en su única reinterpretación de 1979 del original ‘Nosferatu’, «sólo es dura para aquellos que no están preparados». El término «monstruo» lo hace más relatable. En verdad, la lucha del ser, plagado por su existencia eterna, es simplemente para transmitir su maldad y la tristeza perpetua a la que considera como su objetivo. Creemos que el monstruo es externo, pero en realidad está dentro de nosotros. Élünk.
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