Dentro de 100 años los niños cantarán las canciones de los Beatles. Ese es el legado que soporta sobre sus hombros de 82 años Paul McCartney. Es un legado que él comparte con alegría, como ha hecho esta noche en el WiZink Center de Madrid, pero que custodia con respeto. Durante un espectáculo de producción sensacional (sonido rico en matices, ecualización perfecta, pantallas grandes y nítidas y despliegue de luces propio de un concierto de estadio), el afable músico de Liverpool apenas ha modificado las canciones con respecto a sus grabaciones originales: son más patrimonio de la humanidad que muchas catedrales, así que las ha ofrecido tal como las llevamos todos tatuadas bajo la piel, porque ya le pertenecen más a la gente que a él, y eso es algo que comprendió y aceptó hace mucho tiempo.. Seguir leyendo
A sus 82 años, Paul McCartney ha ofrecido un concierto fantástico de más de dos horas y media en el que ha celebrado unas canciones que son ya patrimonio de la humanidad
Dentro de 100 años los niños cantarán las canciones de los Beatles. Ese es el legado que soporta sobre sus hombros de 82 años Paul McCartney. Es un legado que él comparte con alegría, como ha hecho esta noche en el WiZink Center de Madrid, pero que custodia con respeto. Durante un espectáculo de producción sensacional (sonido rico en matices, ecualización perfecta, pantallas grandes y nítidas y despliegue de luces propio de un concierto de estadio), el afable músico de Liverpool apenas ha modificado las canciones con respecto a sus grabaciones originales: son más patrimonio de la humanidad que muchas catedrales, así que las ha ofrecido tal como las llevamos todos tatuadas bajo la piel, porque ya le pertenecen más a la gente que a él, y eso es algo que comprendió y aceptó hace mucho tiempo.. Las canciones de los Beatles han sido la columna vertebral del larguísimo repertorio del concierto, que se ha extendido durante dos horas y media y que ha condensado la versátil capacidad compositiva de este, él sí, genio, prodigio, leyenda, mito… Junto a un grupo de formato clásico con base rítmica, dos guitarras y teclados, ha alternado bajo, piano y guitarras para interpretar 23 clásicos de los Beatles, desde el comienzo con una potente y briosa Can’t Buy Me Love en un tempo rápido, un recurso que ha repetido en bastantes canciones durante la noche.. El concierto no ha sido perfecto, pero ha sido fabuloso, cantado de principio a fin por el público y con momentos portentosos como la secuencia de cuatro canciones anterior al bis. Ha sido empezar Get Back y el ambiente literalmente se ha transformado con la tensión de la canción. Él cantaba el estribillo tajante y la gente lo gritaba, rebotaba contra el techo mientras el ritmo resonaba como una locomotora con los motores de un Boeing 777.. Get Back es una canción para acabar conciertos, una sacudida emocional, pero el concierto ha continuado con Let It Be, ahora con McCartney sentado frente a uno de sus dos pianos, y ese ha sido el momento de la verdad, lo que las 15.600 personas que llenaban el recinto habían venido a escuchar, justo esto con esta voz, esta melodía que produce un escalofrío masivo, y es más emocionante aún cuando se encamina al tercer estribillo porque sabes que se acaba, el momento se va a escapar y la brizna de magia desaparecerá y pronto estaremos de vuelta en casa. Pero, por un momento, el público ha vivido en ese maravilloso tiempo suspendido.. Hubo algunos momentos de rock duro durante el concierto que alcanzaron su clímax con Live and Let Die, que se ha desencadenado entre una mansalva de llamaradas, pirotecnia y rayos láser. Y, tras el estruendo, una hermosa nana que se termina alborotando en un éxtasis colectivo: Hey Jude ha sido probablemente la canción más larga del show, la gente habría estado cantando el «na-na-na» del estribillo hasta caer rendida, habría vivido vaciando sus pulmones una y otra vez con la sonrisa en la cara. Esta canción compuesta para el hijo de John Lennon es una celebración del amor, y ése fue el mensaje de todo el espectáculo porque ése ha sido el tema principal de sus letras, el amor en todas sus formas y como solución a todos los problemas.. Antes de empezar el bis ha reaparecido ondeando una bandera de España, un guiño que hace en cada país, junto a otra de Reino Unido y la arcoíris del colectivo LGTBIQ+.. La voz de McCartney ha sido todo lo buena que puede ser la voz de un hombre de su edad. Ha sufrido en las canciones más exigentes, en más de una ocasión se ha quedado lejos de lo que la melodía pedía (para maquillarlo, a menudo le doblaban voces los miembros del grupo en los estribillos), y tras más de dos horas de concierto sobre esos hombros de 82 años, se ha quebrado al empezar el bis con I’ve Got a Feeling. ¿Por qué querría atacar una canción tan complicada de cantar? Lo hemos sabido al minuto cuando John Lennon ha aparecido en las pantallas cantando una estrofa, extraída de la grabación en la azotea de Apple, en 1969. La idea de un dueto virtual podría haberse traducido en un recurso artificial que diera grima, pero ha funcionado estupendamente. Tras un olvidable reprise de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, otro momentazo del concierto ha sido la interpretación densa y oscura de Helter Skelter, rock grave con la solidez de un metal de alta masa atómica que se balanceaba sobre la cabecitas como una impenetrable bola de demolición.. El final del concierto ha ido de menos a más intensidad con las tres últimas canciones de Abbey Road, encadenadas en una gran epopeya sonora por todos los estilos de la noche y culminadas en The End: el final de todos los finales. Ha sido hermoso, aunque no estén entre sus mejores canciones. Si algo ha sido emotivo en esa conclusión ha sido la despedida con un «Hasta la próxima» que ha sonado a optimismo y esperanza, dos sentimientos que definen a este hombre que siempre prefirió la candidez al cinismo.. El de este lunes en Madrid ha sido uno de los últimos conciertos de una gran gira mundial que se ha extendido de manera intermitente durante dos años y medio y que se presume como la última de su carrera. Esta noche ofrece un segundo concierto (el sexto en Madrid en toda su carrera, séptimo incluyendo el que ofrecieron los Beatles en Las Ventas en 1965) y las 31.200 entradas de ambos shows se agotaron de un plumazo. Era el momento propicio, cuando la nostalgia define nuestro tiempo como un ataque de ansiedad universal. La nostalgia proporciona un refugio en momentos de incertidumbre y falta de seguridad, por eso ahora hay tanta gente escuchando tanta música del pasado, viejas canciones que quizás sean un recuerdo o un descubrimiento pero que transmiten una sensación de protección: los Beatles ahí son un valor más seguro que un lingote de oro.. La primera parte del concierto ha sido un poco irregular, con un predominio de canciones de los Wings y algunos momentos de sonido setentero de rock sin roll cercano al AOR. Los estereotipos rockistas para mover la cabeza adelante y atrás, con la sección de vientos tan impetuosa como intrascendente, han alcanzado su peor representación en Jet y en Come On to Me, una de las tres canciones de este siglo que han sonado esta noche, alargada de manera inane.. Entre las canciones nuevas ha funcionado mucho mejor My Valentine, la balada dedicada a su actual mujer, Nancy Shevell, llena de giros sorprendentes y con una melodía increíble. Bastante bien en ese tramo Let Me Roll It, un blues camuflado, de tono lento y seco, enlazado con una coda instrumental de Foxy Lady, que ha dedicado a Jimi Hendrix. Y estupendos, por supuesto, algunos clásicos en interpretaciones cortas, ágiles y frescas como Drive My Car y Got to Get You Into My Life (bien la sección de vientos aquí), una muy alegre Getting Better (perfectas las armonías vocales) y Nineteen Hundred and Eighty-Five, en la que ha estado ágil al piano, mientras las guitarras eléctricas aportaban, ahora sí, una fogosidad bien entendida.. Siendo uno de los compositores vivos de pop más importantes del mundo, si no el que más, es casi normal que se hayan echado de menos muchos clásicos, incluso aunque el repertorio llegara a 37 canciones. La ausencia más llamativa ha sido probablemente Yesterday, pero también A Hard Day’s Night, Eleanor Rigby, Penny Lane o Here There And Everywhere. Sentado al piano, ha preferido recuperar Lady Madonna subrayando su aire de music hall por encima de la combinación de acordes de rock & roll, ha dedicado Something a George Harrison con un arreglo alambicado (de canción de fogata en el bosque con ukelele ha evolucionado a gran balada de rock) y ha concedido un Ob-La-Di, Ob-La-Da verbenero al karaoke colectivo.. Justo en medio del concierto ha habido un tramo sensacional de interpretaciones acústicas, con los músicos más juntos en el centro del escenario, arropados por una imagen de una casa de campo en la pantalla trasera. Estas canciones hogareñas de patio trasero han comenzado con la preciosa I’ve Just Seen a Face, rapidita, y una versión pastoral y entrañable de Love Me Do.. En una plataforma que se ha elevado en el centro del escenario, McCartney ha interpretado él solo con una guitarra acústica y su voz ya anciana Blackbird y Here Today'(dedicada a John Lennon), mientras se proyectaba sobre todo el escenario un cielo nocturno repleto de estrellas. Este momento de intimidad radical, sin nada que lo arropara o que camuflara sus carencias, en esa soledad desprotegida ha sido Paul McCartney más gigante que nunca, más real y hermoso. Dentro de 100 años los niños seguirán cantando sus canciones.
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