Cuando los paleontólogos del futuro, o no tanto, escarben en los alrededores de la redacciones de los periódicos es posible que den con un aparato telegráfico que, en su momento, sirvió para transmitir directamente un texto por medio de un teclado mecanográfico. Habrán dado con un teletipo. Los teletipos no solo eran un modo de transmitir las noticias, eran las noticias mismas, físicamente. Un hombre con un teletipo en la mano (el papel impreso, no la máquina) que decía que el presidente había sido asesinado o que, por no ser tan dramático, Mark Spitz había ganado otra vez tenía en su poder el drama intacto de lo primero o la gloria de lo segundo. Él era el cadáver mismo o el nadador en persona. Y no es tanto melancolía, que quizá también, como vértigo. Digamos que Septiembre 5 vive toda ella instalada en esa certeza, que también es sensación, y que podríamos llamar pomposamente el traqueteo existencial del teletipo. . Seguir leyendo
El atentado terrorista de los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972 sirve para confeccionar un ‘thriller’ de aire nostálgico tan febril e inquietante como revelador
Cuando los paleontólogos del futuro, o no tanto, escarben en los alrededores de la redacciones de los periódicos es posible que den con un aparato telegráfico que, en su momento, sirvió para transmitir directamente un texto por medio de un teclado mecanográfico. Habrán dado con un teletipo. Los teletipos no solo eran un modo de transmitir las noticias, eran las noticias mismas, físicamente. Un hombre con un teletipo en la mano (el papel impreso, no la máquina) que decía que el presidente había sido asesinado o que, por no ser tan dramático, Mark Spitz había ganado otra vez tenía en su poder el drama intacto de lo primero o la gloria de lo segundo. Él era el cadáver mismo o el nadador en persona. Y no es tanto melancolía, que quizá también, como vértigo. Digamos que Septiembre 5 vive toda ella instalada en esa certeza, que también es sensación, y que podríamos llamar pomposamente el traqueteo existencial del teletipo.. La película cuenta desde el interior de la sala de control de un programa de televisión el atentado terrorista de los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972, los de Mariano Haro. Hablamos de la primera vez que un acontecimiento de estas características se retransmitió en directo. Fue un momento histórico para el periodismo y, apurando, para el mundo. Hablamos de la masacre ocurrida cuando once miembros del equipo olímpico israelí fueron tomados como rehenes y posteriormente asesinados por un comando del grupo terrorista Septiembre Negro. Hablamos de la proximidad todavía del Holocausto. Hablamos del sentimiento de culpa de un país entero esforzándose en hacerse perdonar. Hablamos de un suceso del que ya se ocupó Steven Spielberg en 2005 en su película Múnich. Pero, sobre todo, y es de eso de lo que en puridad se ocupa la cinta de Tim Fehlbaum, hablamos de la construcción misma de la realidad, del valor de la verdad, del sentido y ritmo de los teletipos.. Digamos que todo lo que está sucediendo en Gaza hace que la película adquiera una resonancia que sobre el papel quizá no tenía. Y eso es bueno y malo a la vez. Es malo porque la sombra del oportunismo se cierne sobre ella prestándose a equívocos algo desagradables a cuenta de la vara de medir víctimas. Pero por otro lado, y esto es lo relevante, Septiembre 5 es toda ella una tan oportuna como febril reflexión sobre la responsabilidad a la hora de contar lo que sucede. No se trata de recuperar desde la nostalgia siempre enferma el sentido primigenio del periodismo, sino de discutir y analizar con el pasado —y desde este presente de bulos en la red X y en portada— sobre las formas que adquiere la mentira cuando las noticias se dejan sin contrastar. «No se trata de competir por ser el primero, sino de confirmar», dice uno de los personajes teletipo en mano y, en efecto, la clave sigue ahí.. Heredera de la tradición abierta por el cine procedimental de Alan J. Pakula (Todos los hombres del presidente), la propuesta de Tim Fehlbaum avanza por la pantalla con un rigor empapado de sudor y humo de tabaco no muy sano, pero sí irrenunciable. Adictivo sin duda. Y siempre al ritmo perdido de la cremallera de un teletipo que escupe la verdad. Toda Septiembre 5 se alimenta de la verosimilitud que aportan las imágenes de archivo hasta proponer algo así como un arqueología de la retina. Lo que se ve duele porque remite a un tiempo quizá mítico y probablemente olvidado, pero cierto. Es decir, el director se aplica con maestría a la perfecta construcción de un decorado tan perfecta y cuidadosamente verosímil que no queda otra que reconocerlo como nuestro, como parte de una historia que, por muy lejana en el tiempo y ajena a nuestros usos de ahora que se antoje, en realidad sucede aquí y ahora. No en Alemania en 1972, sino cualquiera de los puntos de un planeta herido por un conflicto que no acaba nunca.. El resultado es un thriller enteramente construido sobre la emoción de lo real, de lo verdadero, del ruido inconfundible (aunque se escuche por primera vez) de un teletipo.. —. Director: Tim Fehlbaum. Intérpretes: Peter Sarsgaard, John Magaro, Ben Chaplin, Leonie Benesch, Zinedine Soualem. Duración: 95 minutos. Nacionalidad: Alemania.
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