Mantiene el cineasta Frederick Wiseman que la realidad se crea al contarla y, por su oficio, al filmarla. Lo dice, para entendernos, el más grande de los documentalistas vivos. Según su credo, y pese a lo que se tienda a creer, no hay espacio de libertad mayor que el documental. Es decir, se refiere al género cinematográfico que supuestamente no hace nada más que presentarse como testigo de los hechos y levantar acta de lo que sucede. Y, sin embargo, ese simple estar ahí exige un punto de vista, una puesta en escena y, por todo ello, una postura moral. El cine, el más entregado a la realidad de todos los modos de arte, en verdad es por necesidad un compromiso con la narración que cuenta la realidad. La realidad se crea al contarla y la realidad nos crea mientras la contamos.. Seguir leyendo
Icíar Bollaín reconstruye el sufrimiento de Nevenka Fernández con tanta cautela y miedo a no equivocarse que se olvida de proponer una mirada, un punto de vista
Mantiene el cineasta Frederick Wiseman que la realidad se crea al contarla y, por su oficio, al filmarla. Lo dice, para entendernos, el más grande de los documentalistas vivos. Según su credo, y pese a lo que se tienda a creer, no hay espacio de libertad mayor que el documental. Es decir, se refiere al género cinematográfico que supuestamente no hace nada más que presentarse como testigo de los hechos y levantar acta de lo que sucede. Y, sin embargo, ese simple estar ahí exige un punto de vista, una puesta en escena y, por todo ello, una postura moral. El cine, el más entregado a la realidad de todos los modos de arte, en verdad es por necesidad un compromiso con la narración que cuenta la realidad. La realidad se crea al contarla y la realidad nos crea mientras la contamos.. Valga todo lo anterior para situar Soy Nevenka, la película de Icíar Bollaín que reproduce el calvario padecido por Neveka Fernández desde antes que decidiera denunciar a su agresor, el que fuera alcalde de Ponferrada del PP Ismael Álvarez, hasta que, pese a la sentencia que le daba la razón (la primera en España en condenar un cargo público), se tuvo que exiliar en el extranjero ante el acoso e incomprensión de sus vecinos. La película no es un documental y, sin embargo, se comporta ante el espectador como si lo fuera. Pero no precisamente en el mejor de los sentidos; es decir, en el sentido que citaba Wiseman. Al contrario, Soy Nevenka baja lo brazos, se desentiende de aportar un lugar desde el que construir o crear (que no interpretar) lo sucedido y se coloca en ese muy discutible lugar libre de pecado donde supuestamente son los hechos lo que hablan por sí mismos.. En verdad, los hechos nunca hablan por sí mismos, los hechos hay que ordenarlos y darles intención para que finalmente tengan sentido. Y es a eso a lo que incomprensiblemente renuncia Soy Nevenka. Como si de una dramatización del documental en formato de miniserie estrenado en 2021 se tratara, la película se limita a reproducir en tercera persona lo que antes conocimos por el testimonio en carne viva de la víctima. Y aunque el mérito no es pequeño por lo que tiene de recordatorio, denuncia y hasta confesión pública, a medida que avanza el relato todo se antoja muy escaso, casi inane.. Desde luego, sorprende y no cansa de sorprender que todo lo padecido por Nevenka Fernández sucediera. En verdad, y como señala la directora, mirar al pasado es un ejercicio que sobre todo sirve para enfrentarse al presente cara a cara. El pasado no existe, el pasado es el presente. Y, desde luego, el retrato que surge de la pantalla es demoledor. Por muy extrañados que nos finjamos, todo lo que pasó en Ponferrada, nos pasó a todos y cada uno de nosotros. Y es verdad que, solo por eso, la película debería quedar y queda a salvo.. Sin embargo, es inevitable contemplar Soy Nevenka con una rara sensación de ocasión perdida. Si la comparamos con su proyecto espejo, Maixabel (2021), esa sensación de agudiza. En aquella ocasión, la historia de la mujer víctima de ETA (la banda asesinó a su marido Juan María Jaúregui) que optó por diálogo frente al miedo y contra el silencio cobraba vida en una estudiada composición de planos enfrentados a contraplanos, de miradas que se buscaban en otras, que, a su modo, reconstruía el espacio de conversación en el que quería colocarse toda la película. Era la mirada, la narración, la que construía la realidad. Y muy bien.. Esta vez, en cambio, todo se antoja mucho más procesal, sin cuerpo. Y en su desnudez, el proyecto queda en manos de unos brillantes actores (especialmente una descomunal Mireia Oriol en el papel de Nevenka) que literalmente se desgañitan (figurada y literalmente) para imponerse a un relato tan cuidadoso en no equivocarse que renuncia a ir más allá. Y que incluso se olvida de ser relato. La propia estructura de la película en forma de crónica lanzada en línea recta (soportada, eso sí, por un flashback inicial olvidable) insiste en esa idea de reportaje miope a la mayor gloria de los productores conservadores.. Sí, sin duda, la historia merece ser recordada y recontada, una y otra vez. Y se agradece que así sea. Pero no es suficiente. Ni el más pedestre de los documentales ni la crónica más fría es nunca un simple reflejo de la realidad. La realidad, dice Wiseman, se crea al filmarla.
Cultura