Pocas historias tan metafóricamente oportunas, además de disparatadas, como la conocida con el nombre de Mito andrógeno y que Platón explicó en su diálogo El Banquete (o El Simposio). El filósofo imaginaba una raza original de seres tan orgullosos, soberbios y narcisistas que acabaron enfadando a los dioses. Estos seres eran redondos, con cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras en la cabeza y, por supuesto, dos órganos sexuales. Se bastaban y sobraban consigo mismos y con su mecanismo. Y así hasta que la divinidad de turno decidió dividirlos por dos, condenándolos a buscar su otra mitad con denuedo en ese mismo momento. Y, por supuesto, con mucho afecto. No tanto el amor romántico como la cirugía estética acaba de nacer. Seguir leyendo
El debutante Michael Shanks sorprende con un sencillo, intenso y bien resuelto ejercicio de cine postcronenbergiano y muy carnal
Pocas historias tan metafóricamente oportunas, además de disparatadas, como la conocida con el nombre del Mito andrógeno y que Platón explicó en su diálogo El Banquete (o El Simposio). El filósofo imaginaba una raza original de seres tan orgullosos, soberbios y narcisistas que acabaron enfadando a los dioses. Estos seres eran redondos, con cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras en la cabeza y, por supuesto, dos órganos sexuales. Se bastaban y sobraban consigo mismos y con su mecanismo. Y así hasta que la divinidad de turno decidió partirlos en dos condenándolos desde ese mismo momento a buscar su otra mitad con denuedo. Y, por supuesto, con mucho cariño. No nació tanto el amor romántico como la cirugía estética. El debutante Michael Shanks, tan australiano como los hermanos Philippou, debió de levantar la vista el día que escuchó a su profesor de filosofía en el instituto contar cómo Aristófanes (él es quien refiere el mito en el texto platónico) sorprendió a la concurrencia con su ocurrencia (también era un poeta de rima fácil). Y quizá pensó: «Y si hacemos que la metáfora se haga carne». La posibilidad de hacer realidad la ilusión aparentemente insondable provoca con frecuencia el temblor más elemental. En uno de los relatos más deprimentes de Ted Chiang, «El infierno es la ausencia de Dios», el autor discute la posibilidad de hacer realidad las apariciones angélicas en un mundo donde los milagros ocurren a diario. Y, efectivamente, da pánico. . Juntos se erige en esta sencilla premisa y sitúa al espectador ante la posibilidad de transformar el exaltado lirismo de un relato fantástico en una dura y carnal realidad. Por una razón que no es bueno desvelar, una pareja experimenta una atracción tan irresistible que algunos tomarían por la más absoluta de las pasiones, que es también el más perfecto de los amores. Y así hasta sus últimas consecuencias que no son otra cosa que la perfecta realización del mito androgénico. . Lo que queda es una película que hace de la extrema sencillez su forma de sorprender. La puesta en escena de una escena tan funcional como efectiva, nunca sólo efectiva, hace que la historia avance por la retina del espectador como un mal sueño que de repente se hace real. Sin exagerar la exhibición de la nueva carne según las enseñanzas del maestro Cronenberg, Juntos inquieta desde la certeza, que también es miedo, de que un inocente mito platónico puede ser también la más cruel de las pesadillas aristotélicas. Bien por el programa australiano de filosofía. Dirección: Michael Shanks. Presentadores: Dave Franco, Damon Herriman, Sunny S. Walia, Jack Kenny y Mia Morrissey. Duración: 102 minutos. Nacionalidad: Australia.
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