El documental recientemente estrenado sobre Christopher Reeve rescata una vieja declaración del actor de Superman, de cuando los publicistas no estaban organizados como un disciplinado ejército armados con Excels de racimo. El periodista le pregunta por las emociones, seguro que profundas, que sintió al verse en la primera entrega al lado de Marlon Brando, su ídolo y el de todos. Por entonces, Reeve era un gran desconocido. El hombre, honesto, responde que no, que no padeció ningún síncope, que ni siquiera se enteró, que estaba claro que la única motivación del gran mito era el dinero. Bien. Todo claro. Dos publicistas despedidos. Pero, no nos olvidemos, el mayor actor de todos los tiempos tenía un papel secundario, era consciente de que estaba ahí para dar lustre a una producción popular y ya. Lo raro es que sea el protagonista, el equivalente a Reeve y al mismo Superman, el que se empeñe en demostrar en cada plano que lo que está haciendo le importa básicamente una mierda, que él está ahí por la pasta.. Seguir leyendo
La serie más incomprensible del universo Marvel confirma que el tiempo de los superhéroes ha pasado o debería hacerlo
El documental recientemente estrenado sobre Christopher Reeve rescata una vieja declaración del actor de Superman, de cuando los publicistas no estaban organizados como un disciplinado ejército armados con Excels de racimo. El periodista le pregunta por las emociones, seguro que profundas, que sintió al verse en la primera entrega al lado de Marlon Brando, su ídolo y el de todos. Por entonces, Reeve era un gran desconocido. El hombre, honesto, responde que no, que no padeció ningún síncope, que ni siquiera se enteró, que estaba claro que la única motivación del gran mito era el dinero. Bien. Todo claro. Dos publicistas despedidos. Pero, no nos olvidemos, el mayor actor de todos los tiempos tenía un papel secundario, era consciente de que estaba ahí para dar lustre a una producción popular y ya. Lo raro es que sea el protagonista, el equivalente a Reeve y al mismo Superman, el que se empeñe en demostrar en cada plano que lo que está haciendo le importa básicamente una mierda, que él está ahí por la pasta.. Y eso es básicamente lo que hace Tom Hardy con una claridad y arrogancia ‘brandoniana’ en cada una de las secuencias de la trilogía de ‘Venom’. Diría que en esta, la tercera y definitiva, alcanza el paroxismo. Vaya por delante que nadie está en contra de trabajar por dinero, que es básicamente la única razón sensata por la que hacerlo. El problema es actuarlo, interpretarlo, usarlo como única motivación de construcción del personaje; es decir, hacerlo tan patente que, por momentos, uno imagina que, tras cada secuencia, la pantalla puede llegar a emitir ella sola la factura. También es cierto que Hardy no es Brando, pero hubo un tiempo en que muchos creímos que iba a llegar a serlo.. ‘Venom, el último baile’ insiste en cada una de las dudosas características de sus predecesoras. El protagonista vuelve a dar una auténtica lección de su incapacidad para el ‘gag’ físico. Memorable es la escena del cocktail con la que se estrena en pantalla esta tercera entrega. De poco graciosa acaba en simpática a su pesar. El guion no pierde la oportunidad para demostrar lo difícil que puede ser a veces que sintamos empatía por un personaje. La cátara de ‘flashbacks’ que explican la tragedia familiar de la científica a la que da vida Juno Temple resulta tan artificial y tormentosa (en sentido literal) que más habría valido que se nos dijeran que sufre dolor de cabeza por la mañana. Ahí sí que hay una sensación cierta de reconocimiento en buena parte de la audiencia. Y luego está, por no alargar la agonía, la presentación de la familia vegana obsesionada con los ovnis y que es la encargada de dar profundidad digamos emocional al relato. Como poco, se impone admitir que el desarrollo es inexistente. Pero también es cierto que es coherente: si el protagonista actúa lo justo para cumplir y cobrar, ¿por qué exigir más al guionista?. Y por último cómo pasar por alto lo de los efectos especiales llamémoslos líquidos. Los simbiotes (los seres del espacio que parasitan cuerpos) son una especie de blandiblub (qué tiempos) con movimientos y características tan incoherentes y faltos de reglas que más que ocupar un espacio en la pantalla, la manchan. Y algo parecido ocurre en las escenas de acción en las que todo resulta tan arbitrario e inverosímil que cuesta orientarse, y mucho más ponerse del lado de cualquiera de los dos píxeles que se están dando de bofetadas.. Bien es cierto que, por un momento, todo está tan rematadamente mal que uno tiene la tentación de no dramatizar y soltar frases del tipo: «Si te gustaron las anteriores, ésta es la mejor». En verdad, no es tan grave. Estamos seguros que Tom Hardy ha cobrado y, visto lo visto, eso es lo único que debería importarnos.. —. Dirección: Kelly Marcel. Intérpretes: Tom Hardy, Juno Temple, Chiwetel Ejiofor, Rhys Ifans. Duración: 109. Nacionalidad: Estados Unidos.
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