Aún en pleno montaje de su nueva exposición, Sean Scully recuerda con humor haberse jugado el pellejo en Barcelona. No en algún rincón oscuro del Raval, sino en el distinguido palco del Barça. «Los empresarios de Barcelona son muy aburridos, van todos vestidos al fútbol como si fueran a la oficina», explica, mientras imita el gesto de ponerse una corbata. «Fui con Manolo Borja-Villel, con quien tuve amistad antes de distanciarnos por razones artísticas, y viendo cómo todo el palco celebraba con arrogancia los goles del Barça ante un equipo menor, me dediqué a hacer lo mismo cuando el otro equipo marcaba. ¡Pensaban que estaba loco!».. Seguir leyendo
Sean Scully desafió a las élites y revolucionó la pintura cuando vivía en la Ciudad Condal. Ahora una gran retrospectiva en La Pedrera celebra su rebeldía
Aún en pleno montaje de su nueva exposición, Sean Scully recuerda con humor haberse jugado el pellejo en Barcelona. No en algún rincón oscuro del Raval, sino en el distinguido palco del Barça. «Los empresarios de Barcelona son muy aburridos, van todos vestidos al fútbol como si fueran a la oficina», explica, mientras imita el gesto de ponerse una corbata. «Fui con Manolo Borja-Villel, con quien tuve amistad antes de distanciarnos por razones artísticas, y viendo cómo todo el palco celebraba con arrogancia los goles del Barça ante un equipo menor, me dediqué a hacer lo mismo cuando el otro equipo marcaba. ¡Pensaban que estaba loco!».. A finales de los años 70, Scully (1945) hizo algo parecido en Nueva York: revolverse contra las élites del mundo del arte desde la pasión, sorteando más de un puñal dirigido a su espalda. La pintura minimalista aún reinaba, pero había llegado a un punto de no retorno con su estricta frialdad de geometrías inertes:al callejón sin salida que la presentaba con un lenguaje agotado. Entonces este irlandés de nacimiento, pero criado en Londres, imprimió una emoción en aquella pintura perfecta haciéndola más humana. Llevándola de la cabeza al corazón.. Comisariada por Javier Molins, la exposición de La Pedrera muestra desde hoy hasta el 6 de julio la aproximación afectiva de Scully a la abstracción. Con más de 60 obras, abarca casi todos sus periodos a lo largo de seis décadas, incluyendo las esculturas que comenzó a realizar hace poco más de una década y alguna pintura figurativa. Se trata de una retrospectiva que celebra la infinita fecundidad de un artista tremendamente vital con «memoria de elefante», como dice él mismo. «Si me muestras una obra, sabría perfectamente decirte de qué año es y donde la hice», reta con una sonrisa.. Muchas de ellas las pintó en Barcelona, ciudad donde tuvo su estudio durante varios años. Primero en la calle Princesa, luego en Aribau y Ausias Marc. «Es tremendo poder exponer aquí, me siento muy emocionado», reconoce Scully, que acaba de clausurar una ambiciosa muestra retrospectiva en el Pompidou de París. «En las pinturas que hice en Barcelona puedes ver que hay una presencia muy fuerte del rojo y del amarillo, que son los colores de Cataluña. También mucho negro, porque está muy presente en el catolicismo y en la pintura española, en Goya o Zurbarán. Y adoro a Velázquez. Creo que él está en un nivel superior del arte, no creo que sea para todo el mundo. Velázquez no es Rembrandt, ya sabes a qué me refiero», añade Scully con malicia, contraponiendo el virtuosismo comercial del holandés a la magistral revolución del español.. «Llegué a Barcelona cuando se preparaba para los Juegos Olímpicos y me gustó que todo estuviera tan…», piensa un segundo y encuentra la palabra adecuada en español: «Estropeado». De aquellos años barceloneses en los que la ciudad se reinventaba son las fotografías que Scully tomó del emotivo calco que deja un edificio de viviendas derruido sobre el contiguo. Las manchas geométricas de los dormitorios, cocinas o baños de los diferentes pisos que son un registro de la memoria vivida. Sus cuadros también tienen esa capacidad de impregnarse de la vida cotidiana, de las geometrías que conforman el paisaje, los ritmos visuales de las cosas que nos rodean. Uno de los momentos clave del pintor fueron los viajes que realizó a Marruecos en los años 80, donde descubrió sus tejidos tradicionales. Mucho antes, siendo joven, otro tipo de geometrías cotidianas se le quedaron marcadas por diferentes razones.. Exposición de Sean Scully en Barcelona.Alejandro GarcíaEFE. «Recuerdo mi infancia como un puto desastre», asegura sin rodeos. «Fue una época muy difícil. Siempre inseguro, siempre de mudanza, siempre arruinados y luchando por salir adelante. Mi madre, que era una fuerza de la naturaleza, pero no muy inteligente, me sacó del colegio de monjas y en ese momento algo religioso se rompió en mí, algo que la creación me ayudó a llenar. Fui rechazado en 11 escuelas de arte en Londres, pero al final conseguí entrar en Croydon. Mirando hacia atrás, recuerdo lo increíblemente trabajador que fui. Sigo siendo extremadamente tenaz».. Muchos textos sobre Scully hacen mención a los empleos que tuvo siendo joven en una imprenta, así como a los pesados montones de cartón y embalajes que debía descargar de camiones los fines de semana. Fueron experiencias que le enfrentaron a la geometría de los elementos. A los volúmenes y las formas. A los ritmos visuales y también a los sonoros que se reflejan sus cuadros. De la dureza de aquella vida en Londres surgió su amor por la música. «De adolescente descubrí el blues y entendí perfectamente de lo que hablaba».. Exposición de Sean Scully en Barcelona.Alejandro GarcíaEFE. Junto a su hermano, montó un pub en Londres en el que pinchar la música que aún sigue escuchando cuando pinta en su estudio. «Tengo una playlist con John Lee Hooker, Sonny Boy Williamson, Lee Harper, Robert Johnson, BB King. Hay mucha melancolía en la música que me gusta… También hay canciones de Taylor Swift y Lana del Rey y música religiosa. Incluso bailo, me dejo llevar por la energía del momento cuando pinto», confiesa.. «Últimamente he comenzado a hacer pequeños autorretratos -de los que no hay ninguno en la muestra-. No sé de dónde surgió la idea, solo empecé a hacerlo. Mucha parte de mi trabajo ahora está influida por el iPhone, porque con el dedo trazo dibujos en la aplicación de Notas y después puedo imprimirlas. También me hago selfis y los transformo en una pintura, coloreando en la pantalla. Son una mezcla entre fauvismo y arte contemporáneo», relata Sean Scully sin temor a que sus juegos tecnológicos desvirtúen el poder ancestral de sus pinturas. Satisfecho de continuar transgrediendo las normas.. Exposición de Sean Scully en Barcelona.Alejandro GarcíaEFE
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