«No prometo nada, pero voy a intentar que no pase tanto tiempo», apunta risueña Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) a EL MUNDO cuando le preguntamos por su largo silencio literario. Siete años desde su perturbadora novela Kentukis y ya una década desde el multipremiado volumen de relatos Siete casas vacías son demasiados para el lector, aunque como apunta en la Biblioteca Eugenio Trías del Retiro a su paso por Madrid, antes de embarcarse en una gira exprés por varias ciudades de España, «cuentos siempre hay, estoy escribiendo todo el tiempo, pero un libro de cuentos no es un rejunte de lo que uno vino escribiendo los últimos años. La idea es armar un corpus que entre sí tenga vasos comunicantes, relatos que sumen sentido y tengan una dirección particular, que trabajen juntos en una dirección».. Seguir leyendo
La maestra del cuento argentina publica ‘El buen mal’, un conjunto de seis relatos en los que a través de temas como el miedo, la culpa o la muerte reflexiona sobre nuestro incierto presente. «Lo que llamamos normalidad es una convención que nos permite vivir, pero también nos enjaula»
«No prometo nada, pero voy a intentar que no pase tanto tiempo», apunta risueña Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) a EL MUNDO cuando le preguntamos por su largo silencio literario. Siete años desde su perturbadora novela Kentukis y ya una década desde el multipremiado volumen de relatos Siete casas vacías son demasiados para el lector, aunque como apunta en la Biblioteca Eugenio Trías del Retiro a su paso por Madrid, antes de embarcarse en una gira exprés por varias ciudades de España, «cuentos siempre hay, estoy escribiendo todo el tiempo, pero un libro de cuentos no es un rejunte de lo que uno vino escribiendo los últimos años. La idea es armar un corpus que entre sí tenga vasos comunicantes, relatos que sumen sentido y tengan una dirección particular, que trabajen juntos en una dirección».. Es el caso de los seis relatos que integran El buen mal (Seix Barral), una nueva muestra del excepcional talento de la escritora para calibrar y sublimar esas pequeñas torsiones que vuelven extraño y mágico lo cotidiano, y que justifican la espera. Junto a sus clásicos temas como los límites entre lo ordinario y lo extraño, la soledad, el miedo y sus ramificaciones o los problemas de incomunicación se añaden aquí la muerte y sus consecuencias, el nihilismo existencial, la culpa y la familia o el cuidado.. «Me interesa explorar las fuerzas invisibles que comandan nuestras vidas, nuestros miedos, las historias que nos contamos acerca de nosotros mismos, los mandatos en los que vivimos, las culturas en las que nos criamos y las ideas que tenemos sobre el mundo», explica Schweblin, cuya literatura gira en torno a una pregunta: «¿Qué ocurre cuando algo extraño irrumpe en nuestra vida, tambalea nuestras certezas y nos despierta de todo eso que considerábamos estable y verdadero?», sintetiza.. Inquietantes, absorbentes y ambiguos, los relatos de la autora apuntan directamente a las emociones humanas, que para ella es una de las claves de la literatura. «Una historia, es simplemente una serie de comandos extremadamente específicos que logran que un lector, a través de 20 páginas, llegue a una emoción concreta. Rebecca Solnit dice que un gran libro es un corazón latiendo en el pecho de otro y yo suscribo esa idea», asegura Schweblin, que afirma que cuando leemos «estamos todo el tiempo generando prejuicios, buenos y malos, anticipándonos e intentando entender».. «La ficción es una lucha contra el sinsentido de un presente en el que ya no tenemos ninguna certeza». «Y en esos juicios estás vos con todos tus tus miedos, problemas, negaciones, pensamientos… Cuando el texto te pone en vilo, en estado de alarma, y no podés dar explicación para lo que está pasando, lo único que querés es saber y ahí es cuando de verdad escuchás y entendés lo que realmente te importa, lo que realmente te aterroriza. Ahí sucede la magia», desarrolla la argentina sobre su modo de narrar, que considera, pese a las etiquetas de onírico, fantástico o de terror, como eminentemente realista. «Son los géneros que leo con devoción y algunos de mis grandes maestros están ahí, pero no es lo que yo escribo. Me muevo en un mundo cuidadosamente realista y es la inminencia, la posibilidad de que ocurra lo monstruoso, aunque luego nunca llegue, lo que me fascina».. Samanta Schweblin ayer en la Biblioteca Eugenio Trías del Retiro, Madrid.JAVIER BARBANCHO. Un ¿fallido? intento de suicidio, una llamada de teléfono para revivir el accidente en el que murió un niño, el miedo a perder a un ser querido, el distanciamiento entre un padre y un hijo tras un fatídico accidente, un intento de cuidado que termina en tragedia y otra buena obra que termina en una cruda amenaza son las tramas que se despliegan en unas historias que para Schweblin encierran «una lucha contra el sinsentido de un presente en el que ya no tenemos ninguna certeza. Estamos, como individuos y como sociedad, en un momento terrorífico y de mucha vulnerabilidad, donde todas las cosas que pensábamos y dábamos por hechas a nivel social, de pronto se resquebrajan», reflexiona la autora. «Por eso la literatura, que es un ensayo general para la vida, una manera de anticiparnos a aquello que podría pasar, puede servirnos para tratar de entender cómo serían otros mundos posibles, cuánto dolerían y si seríamos capaces de sobrevivir a ellos».. A pesar de esta enmienda a la totalidad de lo cotidiano y la «normalidad» que es su literatura, Schweblin entiende que los seres humanos nos entreguemos a ella, pues reconoce que «es una convención que nos permite vivir. Lo que trae la normalidad es el gran sedante del automatismo, y en el fondo, todos nos entregamos a eso. Si hubiera que pensar de verdad con atención sobre cada cosa que hacemos durante el día, la vida sería una auténtica locura», apunta riéndose la escritora. «Que exista un consenso sobre lo que está bien y mal, lo que se puede hacer y no o cuáles son los límites, nos calma, nos serena y nos ordena. Pero la paradoja es que también termina siendo la jaula donde quedamos atrapados». Especialmente, apunta, cuando la realidad actual empieza a teñirse de extrañeza. «Aunque no será porque no estábamos avisados», añade.. «La literatura es un ensayo general para la vida, una manera de anticiparnos a lo que podría pasar». «Cuando llegué a Alemania, hace unos 12 años, me dijeron que cada dos fines de semana los nazis iban a hacer una marcha e iban a pasar por delante de mi departamento y que en cambio estaban totalmente prohibidas las manifestaciones pro-Palestina», comparte la escritora, que lleva más de una década impartiendo clases de Literatura Creativa en la capital germana. «Imposible, pensaba yo. Esto no puede pasar, no en Alemania, en una cultura que hace décadas que se dice: ‘Vamos a ser buenos, esto no va a volver a pasar’. Pero pasaba, y ahora estamos recogiendo los frutos», reflexiona.. Posicionada en la antípoda absoluta de la literatura política, Schweblin no puede evitar acordarse de su país, que visita con asiduidad y donde reside su familia. Y a través del cual lanza una advertencia rotunda: «Lo que ocurre en la Argentina es horrible, muy injusto, violento y devastador. Y es el futuro. Parece un chiste horrible, pero si quieren saber lo que pasará de acá a un año en muchos lugares del mundo donde están cobrando fuerza políticos similares a Milei, basta con mirar a Argentina. Y, por desgracia, no es una visión agradable», lamenta.
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